lunes, 19 de octubre de 2009

Escuchar y expresar emociones.


Una consecuencia muy dañina de los sentimientos no expresados es que, a menudo, en lugar de desaparecer, crecen y creen hasta que, como en un envase de aerosol, pueden estallar.
Más aun, necesitaba una manera de hacer que esos sentimientos trabajaran en su provecho; verlos como eran: signos que señalaban el camino en el laberinto.
Si bien casi todos nosotros somos expertos en el manejo e los sentimientos agradables – alegría, felicidad, cariño, gratitud- , sabemos muy poco de los desagradables. Los sentimientos negativos nos asistan y ponen incómodas a las personas que nos rodean, así que tratamos de evitarlos lo más posible.
En realidad la sociedad no alienta a que evitemos encarar los sentimientos penosos, nos dice: “Tómalo con calma, contrólate, sé fuerte”.

Esta actitud es reforzada una y otra vez de muchas maneras.

Por ejemplo en un funeral, a menudo se escuchan comentarios respecto de los miembros de la familia afectada: “¿No es cierto que ella lo está soportando bien?”; “El se controla muy bien”.
Es decir que las personas que “se aguantan” y “se controlan” son aquellas que no expresan sus sentimientos.

Es así como se enseña a mantener las emociones penosas encerradas en nosotros, a evitarlas o a enterrarlas o a no dejarlas salir.
Es mejor mantenerlas adentro, controlarlas; si no, ser nos irán de las manos.
Detrás de todo esto está la idea de que las emociones son irracionales y no deben expresarse abiertamente porque eso nos impediría encarar racionalmente nuestros problemas.

Por desgracia para una persona en crisis, el mero hecho de negar, enterrar o ignorar los sentimientos penosos puede tener consecuencias dañinas y muy duraderas.
Desde luego que estos sentimientos penosos intensos no siempre afloran en forma dramática.
Pueden permanecer hirviendo en lo profundo de nuestro ser, consumiendo más y más energía vital, quitándonos la fuerza; pueden carcomer las fibras del bienestar emocional, alterar el equilibrio normal de la salud física.

Nuestros cuerpos y nuestras emociones son sistemas en conexión absoluta.
Cuando algo ocurre en un sistema, afecta al otro también.
Un golpe emocional puede crear malestar físico.
Los sentimientos penosos no desaparecen; de alguna forma van a manifestarse.

Pueden aparecer como insomnio, dolor de espaldas, una úlcera, un dolor miserioso o náuseas.
A algunas personas les duele la cabeza; otras tienen picazones o pierden peso.
A menudo este efecto de los sentimientos negativos agrava una vieja herida o lesión o enmascara algún otro malestar físico inexplicable, golpeando donde el organismo es naturalmente más débil; para alguno será una sinusitis, para otro, una articulación artrítica.
La lista es interminable y tan personal.

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