domingo, 6 de junio de 2010


FRANÇOISE DOLTO
(1908-1988)
Una pedagoga cristiana fuera de serie.
El décimo segundo aniversario de la muerte de Françoise Dolto y las cuatro jornadas de estudio dedicadas a su obra a principios de este año en la UNESCO nos recuerdan la gran influencia que esta psicoanalista sigue ejerciendo en nuestro conocimiento sobre el niño. Pediatra de formación, su invención de la Casa Verde como lugar de acogida o su colaboración con la escuela de Neuville fueron sus más brillantes experiencias, aunque su gran popularidad se deba principalmente a las intervenciones radiofónicas que mantuvo durante varios años.
No obstante, al releer su biografía, se ve que su proyecto de ser “médico de educación” aparece muy pronto, a la edad de ocho años. Algunos acontecimientos influyeron en ella, suscitando este deseo de salvar a los padres enseñándoles a educar a sus hijos. Así, su orientación hacia la medicina y el psicoanálisis no fue fruto del azar, sino la liberación de un sufrimiento acumulado a lo largo de su infancia y de su adolescencia.
Pero, si Françoise Dolto sigue siendo famosa por sus cualidades en tanto que clínica o por sus aportaciones teóricas, especialmente la imagen inconsciente del cuerpo, la condición ontológica de su ética es menos conocida. En efecto, ella analizó los Evangelios a la luz del psicoanálisis, al igual que estudió el psicoanálisis y la educación siguiendo las exigencias evangélicas. Incluso se podría pensar que su concepción del sujeto humano, dotado de deseo y de lenguaje, enlaza con la de los pedagogos humanistas del siglo XVI y su fervor cristiano. Sus numerosas obras, más de treinta, al reconocer la alteridad propia de cada individuo y la necesaria tolerancia que de ella se deriva, han esclarecido los derechos del niño y los deberes de los adultos.
La infancia de una mujer “médico de educación” F. Marette, nacida en París, en 1908, en una familia de ingenieros de situación desahogada, era la cuarta hija de una familia de siete hermanos. Desde su nacimiento, parece haber estado marcada por el sello de la originalidad y la marginalidad. La anécdota más conocida se refiere a su niñera irlandesa cocainómana. Ésta fue despedida en el acto tras haber sido descubierta en sus escapadas con Françoise a un lujoso hotel de citas. Esos seis primeros meses pasados con esta niñera fueron hasta tal punto productivos desde el punto de vista afectivo, que estuvo a punto de morir. Como repitió en muchas ocasiones, solamente su madre logró salvarla.
Durante el resto de su infancia, F. Marette sufrió a menudo la incomprensión de los adultos:
Y me preguntaba cómo, habiendo sido pequeños y habiéndose hecho mayores, los adultos podían ser tan extraños, ya que tenían hijos. Y me decía: “Cuando sea mayor, trataré de acordarme de cómo se es de pequeño” (Dolto, 1986, pág. 43)
Este asombro desarrolló su capacidad de hacer preguntas y su sentido de la comunicación sincera. Ante el silencio de los adultos, ante los castigos, se fue abriendo camino un comportamiento de autodidacta, común a muchos pedagogos.
Su institutriz personal, formada en el método Fröbel, la acompañó en sus primeros aprendizajes. Recordemos que la creación de los jardines de la infancia se debe a F. Fröbel (1782-1852), según un método basado en el amor maternal y en unos principios metafísicoreligiosos.
Las condiciones de aprendizaje de la lectura que de esto se derivaban le permitieron descubrir las nociones de autonomía y respeto al deseo de aprender.
De ahí su deseo, a la edad de ocho años, de ser “médico de educación”, para “ayudar a los padres a educar a sus hijos, a comprenderlos”. (Dolto, 1988, pág. 48). La incomprensión de los adultos hacia este proyecto fue todavía más dolorosa. Resumiendo, allí donde faltaba un justo equilibrio, nació un deseo reparador, el del médico “que sabe que, cuando la educación no va bien, esto causa enfermedades en los niños, que no son verdaderas enfermedades, pero crean problemas en las familias y complican la vida de los niños que podría ser tranquila” (Dolto, 1986, pág. 44).
Otros acontecimientos extrafamiliares influyeron en su decisión, especialmente la Primera Guerra Mundial, con sus desaparecidos y heridos, pero sobre todo, la visión de las mujeres que, sin formación y habiendo perdido a su marido, se encontraban en un estado de miseria y aislamiento total.
Por último, la última prueba que tuvo que soportar F. Marette fue la muerte de su hermana mayor. A la edad de 11 años, la víspera de su primera comunión, su madre le pidió que rezara para salvar a su hermana, que había contraído un cáncer óseo. Su muerte provocó una reacción terrible en su madre que hizo a Françoise totalmente responsable, lamentando incluso que ella siguiera viva en lugar de su hija predilecta. Parece que este fracaso y este rechazo influyeron tanto en F. Marette que entró en un proceso de redención y disculpa. En esto seguía un destino común a las mujeres de la familia, obligadas todas en algún momento a salvar a un miembro de la familia.
En 1942, se casa con Boris Dolto, que más tarde sería un especialista eminente de la fisioterapia en Francia.
Al acabar la guerra, el único contacto que conservó F. Dolto con el medio hospitalario fue su consulta gratuita en el hospital Trousseau, abierta de 1940 a 1978. También tuvo otra consulta en el centro médico psicopedagógico Claude Bernard a partir de 1947 y después entró en el CMPP Étienne Marcel, donde permaneció desde 1964 a 1981. Pero también se interesó en otra actividad, a medio camino entre la educación y la clínica, la de psicoanalista en la emisora de radio France-Inter, de 1976 a 1978. El éxito de sus tres obras sacadas de estas emisiones confirmaron su popularidad entre el gran público.
Entre tanto, fue miembro de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis hasta la escisión de 1953. Participó entonces junto con J. Lacan, D. Lagache y J. Favez-Boutonnier, en la creación de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. Después de la segunda escisión de 1964, permaneció con J. Lacan, fundador de la Escuela Freudiana de París, que abandonó en 1980.
Condiciones y finalidades de la educación F. Dolto, desde 1945, expuso, en su texto fundador sobre la educación y el psicoanálisis, su objetivo de mantener al ser humano en su integridad y en toda su alteridad. En sus escritos encontramos una referencia constante al fomento de la concientización y de la liberación del deseo del niño. Esta precaución es hasta tal punto primordial que la consideraba como una profilaxis para las neurosis.
Sin embargo, era escéptica en cuanto a nuestras técnicas y a nuestra anticipación del futuro, que se nos escapa: “Estamos preparando, para una vida que no sabemos cómo va a ser, a unos niños que justamente tienen que ser diferentes de nosotros, puesto que han tenido experiencias que a nosotros nos eran desconocidas a su edad.” (Dolto, 1985, pág. 330). De ahí, sus críticas feroces hacia nuestro sistema educativo, familiar o escolar, que no desarrolla en el niño los medios de buscar la realización de sus deseos: “Lo importante de la educación no es en absoluto el “porqué” sino el “cómo”. (Dolto, 1973, pág. 100) Esto hace preciso recordar que la función del educador no es conducir al niño, sino enseñarle a conducirse.
Según ella, el respeto al niño sólo es posible si existe una colaboración entre el adulto y él. Esta concepción implica una responsabilización recíproca, así como una experiencia basada en la vivencia, el ejemplo dado por el adulto. Por lo tanto, no es extraño que no concediera un valor particular a los métodos pedagógicos institucionalizados: “El adulto de referencia, cuya forma de vida tiene valor de ejemplo, no pretende ofrecer un método. El método es la antipedagogía” (Dolto, 1985, pág. 276). Al destacar cómo la especificidad de cada individuo es más importante que toda teoría, repetía constantemente que era ridículo “seguir el método Dolto”.
Los fundamentos de su pensamiento educativo se acercan a los de los métodos activos propugnados por psicólogos como C. Freinet, o por psicoanalistas como A. Adler o A. S. Neill. En este sentido, su pensamiento educativo coincide también con el movimiento de la pedagogía institucional, inspirada en la psicoterapia institucional (F. Tosquelles). Estaba convencida de que en cada niño hay un potencial revolucionario que la educación tradicional trata de asfixiar.
Por último, si S. Freud había podido afirmar que educar, curar y gobernar eran tres profesiones imposibles, F. Dolto se unió a este principio, llegando más lejos en una cierta desilusión: “A los ojos de los niños, fracasamos siempre”. Según Freud: “Haga lo que haga, lo hará siempre mal” (Dolto, 1989, pág. 69). Esta paradoja que le hacía decir que una educación va bien cuando fracasa, se explica por el hecho de que el niño llega a su madurez. Solamente cuando se afirma con respecto al adulto por medio de este rechazo, está manifestando su capacidad de convertirse a su vez en educador. Según F. Dolto, también a partir de esta postura de rechazo, aceptado por el adulto, un niño cree en su propio juicio.
Podríamos entender esta ética como una ética de la tolerancia: “La tolerancia hacia el comportamiento de cada uno, la confianza en sí mismo que inculcamos siempre en cada alumno, la libertad de expresarse, no valorando nunca la imitación ni la rivalidad, enseñando a los niños día a día las leyes del comercio de los bienes y de la sexualidad del país donde viven, éstos son los medios de prevención de la carencia de formación moral, carencia mucho más peligrosa para el futuro de una sociedad que el fracaso escolar infantil.” (Dolto, 1986,
pág. 42).
La Casa Verde
La inauguración de la Casa Verde, en París, se remonta a 1978. Se trataba de un lugar de acogida de niños de 0 a 3 años acompañados por un adulto. La Casa Verde responde al proyecto inicial de F. Dolto de organizar una profilaxis precoz, alejándose del proyecto de construir una guardería, ya que en la Casa Verde nunca se deja solos a los niños.
La principal finalidad de esta casa, considerada como un lugar de transición antes de entrar en jardín de la infancia o en la escuela maternal, era atenuar los efectos negativos que pudiera tener una separación no preparada. Al acoger a niños y a adultos, esta colaboración da lugar a una separación progresiva: “El grupo social coopera mucho mejor en la medida en que hay significado, en palabras, de las diferencias. La diversidad obliga a unos y otros a colaborar entre todos en el respeto a cada uno.” (Dolto, 1985, pág. 413).
Este paso del núcleo familiar a la sociedad para el que prepara la Casa Verde y que se lleva a cabo a través de una mediación lingüística, se basa en un presupuesto ético principal:
todo sujeto, muy precozmente, trata de comunicarse con los demás. Aquí nace la idea de F. Dolto de restablecer en un lugar social, “la invitación al lenguaje comprensible, a la camaradería con niños diferentes, a la ayuda mutua [...]”. (Dolto, 1986, pág. 409). Esto lo comprobaba cada día (1985) y la preocupaba porque veía que los adultos no lo tomaban en consideración: “Estamos en los balbuceos de un descubrimiento esencial: que el ser humano es un ser de lenguaje desde su concepción; que hay un deseo que habita en todo ser humano;
que tiene potencialidades que nosotros apoyamos o «negativamos».” (Dolto, 1985, pág. 415).
Tanto, que toda violencia en torno a esta búsqueda de contacto causa un trauma, una “microneurosis precoz”. Esas cosas no dichas y esos malentendidos suelen afectar a la autonomía del deseo del niño, contribuyendo a que se produzcan trastornos afectivos, incluso psicológicos.
Desde este punto de vista, lo que F. Dolto observaba (1985) es que el aislamiento del niño con los padres, reforzado por la vida urbana, entraña algunos riesgos. Por eso no es extraño que el destete haya sido una de las prioridades en la Casa Verde: “Se trabaja para la prevención del destete, que equivale a la prevención de la violencia y, por lo tanto, de los dramas sociales.” (Dolto, 1985, pág. 396). Por lo tanto, tampoco es extraño que el éxito de la Casa Verde obedezca al hecho de que en ella el niño tiene acceso a una autonomía precoz. Por este movimiento liberador, se aseguraba de que se estaba evitando una alienación familiar:
“Así, su madre puede también, en su vida cotidiana, irse liberando de la esclavitud en la que la mayoría de las madres se dejan atrapar [...], presas de un interés exclusivo por sus hijos, con el peligro que esto acarrea para su educación.” (Dolto, 1986, págs. 409-410).
Así, lo principal del funcionamiento de la Casa Verde es la presencia de los padres, tranquilizadora para el niño cuando éste empieza a explorar, a su ritmo, un entorno extrafamiliar. Los encuentros entre padres, acompañantes y niños, el hecho de pasarlo bien, equivalen a una nueva forma de prevención, una forma de profilaxis social. F. Dolto calificaba a esta prevención precoz de trabajo de información y de desengaño: “La prevención tiene que guiar sobre todo la actitud de los padres durante la vida fetal, la manera en que se representan al niño y tienen intercambios con él; después, en el nacimiento y durante los primeros meses.” (Dolto, 1985, pág. 423).
La finalidad de la Casa Verde es, pues, dejar que el niño adquiera la seguridad de ser él mismo: “Primero hay que asegurarse de que se es uno mismo y de que este «uno mismo» está en una seguridad tal que en cualquier parte se sabe lo que el cuerpo necesita y no se deja uno engañar por el oído, la vista...” (Dolto, 1985, pág. 416). Pues, como se puede comprobar cada vez que un niño abandona la Casa Verde, si todo ha ido bien, el niño sale con una confianza adquirida en y con el grupo.
Fuente: http://psicoletra.blogspot.com/2008/03/franoise-dolto-1908-1988-in-memoriam.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  ¡¡¡¡¡¡NUEVO TALLER!!!!! Esta época del año se caracteriza por el repaso de lo vivido en el mismo, reuniones y obsequios. Qué buen momento ...